viernes, 1 de junio de 2012

LA FAMILIA DE ROGER FEDERER

                             

PARIS. - Roger Federer luce feliz. Aquel adolescente irascible que hacía añicos las raquetas y maldecía todo el tiempo nada tiene que ver con el actual; nada. Hoy el suizo tiene una risa fácil, contagiosa, que no se preocupa por disimular. Se siente pleno, cuando la mayoría de los tenistas de su edad padecen el paso del tiempo. Muchos podrían pensar que siendo helvético, la frialdad en el trato diario es una de sus características. Pero ocurre lo contrario. Roger camina por el coqueto Salón de los Jugadores de Roland Garros muy distendido, con el raquetero colgado de un hombro, saludando al paso. E incluso larga una carcajada cómplice cuando un hombre fornido que debe oscilar los 60 años lo aborda con cariño, dándole un beso en cada mejilla. "Me había olvidado de que en Francia y en otros países acostumbran estas cosas", dice, divertido. Es que Federer todavía tiene muchos objetivos deportivos por cumplir, pero los enfrenta con la calma y la sapiencia que le regala la maestría que realizó durante tantos años en el circuito. Y en su estado de ánimo mucho tiene que ver su condición familiar, con un padre (Robert) y una madre (Lynette) muy compañeros, que hacen clase del perfil bajo, más una esposa (Mirka), alejada del glamour, y dos niñas (Charlene y Myla), de casi tres años, que le iluminan las mañanas.
Roger sigue brillando por el circuito junto con un grupo de trabajo súper profesional, encabezado por Paul Annacone, ex coach de Sampras. Sin embargo, uno de los secretos está en la sencillez de su círculo íntimo. Que lo contiene y lo mantiene en la tierra cuando muchos tenistas con menos lauros potencian la vanidad. En un paseo por la avenida Champs-Elysées fue gratificante comprobar, en carne propia, que si hay algo que no tiene la familia de Roger es pedantería. El encuentro, casual, fue en un local de tres pisos de la firma deportiva que viste al suizo. Robert Federer, con semblante campechano, bigote, camisa de mangas cortas y bermuda, miraba los precios de los modelos que su hijo está luciendo en París, cual si fuera un turista desprevenido. Del mostrador tomó varias gorras con la sigla RF, se probó unas zapatillas talle 42 y al advertir la presencia de alguien que lo observaba con la credencial de Roland Garros colgada del cuello, saludó. "¿De dónde eres? Oh, argentino. Mi hijo irá allí en diciembre. ¿Jugará con Del Potro, no? Ése un buen chico. Que disfrutes de París", dijo y sacó la billetera para pagar lo que cargaba. A metros, Lynette y Mirka intentaban que las niñas, inquietas, no desacomodaran todo el local; con naturalidad, como si fueran desconocidos en la calle Florida. Papá Roger, a esa hora, estaba practicando, dichoso, despreocupado, terrenal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario